Verme a mí misma con los ojos del Padre
Foto: Cathopic /Angie Menes
Muy a menudo, expectantes, mis niños me comparten sus ganas tan grandes de ver físicamente a Jesús con sus ojitos terrenales.
Cuando platicamos de estos temas, siempre vienen a mi mente los tiempos en los que Jesús estuvo caminando en esta tierra. No puedo evitar imaginar lo rebosante que debió ser para sus amigos el comer con Él, orar con Él, viajar con Él...
¡Qué increíblemente profunda debió ser la relación personal que tenían los apóstoles con Jesús! Verlo curar enfermos, someter a los demonios, hablar con amor y misericordia al pueblo, redimir a los pecadores.
¡Cuántas razones de peso tenían para confiar plenamente en su Salvador! Sin embargo, una noche, en un bote en medio de una tempestad, tuvieron miedo.
El miedo ha sido una batalla algo constante a lo largo de mi vida, ha sido producto de un camino personal el descubrir las heridas en las que esto echó raíz profunda en mi corazón.
En ocasiones he caído en la trampa de sentir culpa por dejarme embaucar por la ansiedad. Pero de nuevo trato de pensar en los apóstoles, que llenos de miedo abandonaron a Jesús durante Su dolorosa pasión.
Estas reflexiones me han llevado a verme a mí misma con los ojos de amor y misericordia con los que me ve mi Padre, y a darme cuenta que con todo y mi naturaleza caída, Él siempre está ahí para tenderme la mano, acompañarme en mis tormentas y además, para irme mostrando el camino para SANAR.
Él me ha ido revelando que Su AMOR es lo único que al final de este proceso me hará completamente libre, pues el amor perfecto, echa fuera el temor (1 Juan 4:18).
¡También a esto se refería Jesús al pedirnos ser como niños! A la importancia de sentirnos verdaderamente hijas AMADAS y abandonarnos como niñas pequeñas, en los brazos de nuestro Padre, el único capaz de sanarnos.
Sé que no hay fórmulas secretas para liberarnos del miedo y la ansiedad. Muchas veces quisiéramos que la sanación fuera un proceso rápido, de un momento a otro, pero Jesús siempre sabe mejor.
Él siempre busca el bien mayor para nosotros, y a veces un proceso largo y profundo hacia la sanación nos puede llevar a una mayor claridad y conocimiento de quién es Cristo, Señor de nuestra vida, Aquel que no nos ha dado un espíritu de temor (2 Timoteo 1:7).
Quizá te identifiques con ésta u otras batallas, pero recuerda que Jesús quiere restaurar nuestra integridad gratuitamente, así que entreguémosle el control de nuestra vida al Médico de cuerpos y almas.
Rebeca González, nació y vive actualmente en Monterrey. Hija de Dios, esposa y mamá de tres niños homeschoolers. Es apasionada de la crianza, lo que más disfruta es la vida familiar, ratos al aire libre, leer un buen libro, vacaciones en la playa, platicar con un buena amiga y los dates con su esposo. Desea buscar la voluntad de Dios en su vida y la santidad en lo sencillo y cotidiano de cada día.
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