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El Consuelo de Dios


Hace unos días tuve que pasar por un procedimiento médico bastante doloroso y, como era de esperarse, tuve que acudir sola debido a las amplias medidas sanitarias por la pandemia.

Esta experiencia me puso a pensar en las personas enfermas que tienen que estar en un hospital por largos periodos de tiempo, sin que puedan ser acompañados por un familiar o amigo.

Mi procedimiento fue rápido y fue en una sala del consultorio.

Tuve miedo, sólo quería que se acabara para irme a casa, ¡le pedí tanto a Jesús que me acompañara y no me dejara sola!

Durante el tiempo que estuve ahí ofrecí mi sufrimiento por los pecados del mundo entero, incluídos los míos.

Pasaron tres días para que me pudiera reponer, no sólo del dolor físico, que en realidad ya no era tanto, fueron tres días en que también estuve mal emocionalmente.

¡Estaba tan triste!, lloraba mucho. Lo que más me dolía y me preguntaba era: "Cómo puedo ofrecer mi sufrimiento, y al mismo tiempo, tardarme tanto en superarlo".

Recordaba mi experiencia y el hecho de hacerlo me volvía a llevar a esa sala fría y a mi soledad.

Estuve preguntándole a Dios: "¿Cómo se sale de esto y se sigue adelante sin quejarse, sin llorar y sin culpar a nadie?

Y entonces recordé a Jesús en su sufrimiento, en su Pasión (que es incomparable a cualquier dolor humano) y cómo cumplió con la voluntad del Padre.

Él no se quedó ahí pensando en cuánto dolor sufrió y cuánto daño le hicieron, ni buscó culpables.

Él sufrió y murió por nosotros y al ofrecer Su vida, poniéndola en manos del Padre, resucitó a una vida nueva.

En esos días, me puse a escuchar Misa diaria con el padre Manuel Romero (trasmite un gran amor en cada Celebración) e hice Adoración Eucarística.

Lo necesitaba tanto para sanar, ¡me sentía dolida y hasta agredida en cierta forma!

Yo le había pedido a Jesús que no me dejara sola, que me acompañara y fue en esa Adoración Eucarística que comprendí que no lo estuve, que Él vivió esto conmigo.

Escuché sus palabras, me decía: "Recuerdas a la enfermera con la que te encontraste al llegar?". (Ella tenía una mirada tierna y una sonrisa cálida).

Era la misma enfermera que estuvo asistiendo al doctor en el procedimiento.

Fue ella la que, al final, no me dejó sola y me ofreció su ayuda para poder recuperarme poco a poco, ella me tendió su mano para ayudarme y me dijo que tomara mi tiempo antes de salir.

A través de la oración y la Adoración, llevando mi sufrimiento a Él, Jesús me hizo comprender que estuvo acompañándome junto a esa enfermera.

Pude ver claramente que Jesús no deja solo a ningún enfermo, especialmente ahora, cuando no se permite a nadie estar con ellos.

Estoy convencida de que Él está presente en todo momento, utilizando al doctor, a la enfermera, al personal administrativo, inclusive al de limpieza.

Si estás pasando por un problema de salud recuerda que el Señor siempre está cerca, pero Él respeta nuestra voluntad.

Pídele que no se vaya, pídele que escuche tu oración, pídele que te de la fuerza y Él lo hará.

Si estás atento a los pequeños detalles, verás cómo siempre sale a tu encuentro para darle la vuelta a tu sufrimiento y llenarte de Su consuelo y de Su paz.

«Todo lo puedo en aquel que me fortalece», Filipenses 4:13

Lizett Pérez. Católica, Casada y Madre de 4 hijos. Originaria de Monterrey, México, reside en Florida, Estados Unidos. "Lo que más me gusta de mi Fe es como Dios me demuestra cada día cuanto me ama y me recuerda que no estoy sola. Es mi Mejor Amigo. Adorarlo y recibirlo en la Eucaristía es mi mayor bendición"

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