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Noches sin Sol: Quiero Dejar un Brillo...


En las noches, nuestras vidas son empolvadas y sin la luz del sol, que es el brillo de cada instante. Sin embargo, tanto el día como la noche, tienen su peculiaridad y belleza. En definitiva ambos son maravillosos, pero de ambos hay que saber disfrutar. En ocasiones nuestras vidas se enfrascan sólo en un puñito, cuando podríamos ser tan versátiles o creativos y convertir en un instante generoso esos regalos que se nos ofrecen día con día... Dejar un brillo... Hoy he querido compartir con este tintero mágico los milagros que han sucedido en mi vida. Me remontaré a mi niñez en donde medicamentos y angustias pasaban por un cuerpo pequeño. Una enfermedad, asma, agredía fuertemente mis pulmones, no me permitía respirar, en cada asfixia sentía morir. Y yo no quería más de eso.

Un día recuerdo haber estado en los brazos de mi madre, de esa maravillosa mujer, con olor a bombón y caricias de azúcar. Ahí entablé el peor diálogo que una madre puede tener con su hija. Solicité ya no más medicamentos, había perdido las ganas de vivir. Con los ojos tristes y llenos de gotitas de agua ella escuchaba. Yo sólo decía: "No más". Esa tarde, le pedí a Mamá María una liberación, un milagro y que fuera ella quien llevara al Padre mi petición. A pesar de tan corta edad, me sentía muy frágil. Pero después de muchos años de medicamentos, esa tarde sería diferente. Al poco tiempo, las crisis desaparecieron y ya no volví a tomar ningún medicamento; suena a locura pero éste fue de los primeros milagros que marcaron huella en mi. Y así vendrían otros más. Pasaron algunos años, estaba recién casada y no podía quedar embarazada, lo que ocasionó dudas y miedos. Pero mi madre fue la primera en saber que "mi vientre había sido tocado", recuerdo que esas fueron sus palabras. Al llegar con la gran noticia, ella sonrió. La noticia ya le había llegado través del grupo de oración al cual pertenecía. Si se preguntan, ¿cómo era mi madre? Les diría que era la flor más encantadora, el perfume más seductor, la presencia de una dama y el amor de un ruiseñor. Mujer culta; su pasión, leer la Biblia en un espacio encantador con cojines suaves. Mi madre fue de las primeras que inició en Chihuahua, a través de su grupo de oración, visitas a los hospitales. Acudían a ofrecer alimento y oración. Milagros era su nombre de pila; mi padre, Héctor era hombre trabajador y proveedor. Recuerdo que su matrimonio caminó en manos de la oración. Mi casa era el mejor rincón, el banquete del Señor siempre presente, pues nos Inculcaron el amor a la Eucaristía. Pasaron los años y con este bello ejemplo, la fe seguía siendo el mejor ingrediente en mi vida, el más esperado y el más deseado. El embarazo de mi hijo fue muy tranquilo. La luz que mi alma irradiaba era inmensa. Deseaba ser madre, anhelaba la llegada de este ser humano que, siendo tan pequeño, se aferraba a la vida y me hacía sentir el amor de Dios. Cuando llegó el gran momento, mi hijo vivió una pesadilla: una negligencia médica que agredió su vida fuertemente. La llegada de mi querido Sebastián se adelantó poco más de un mes, un doctor ordenó que me inyectaran para detener el parto. Mis contracciones habían llegado a un nivel muy alto, pero así fue, detuvieron el parto. Mi cuerpo decidió dar un poco más de tiempo para proteger su vida y mi hijo se aferraba a la misma. Finalmente él nació un Jueves Santo, era inevitable una cesárea de urgencia, pues había alto riesgo. Sebastián llegó a la vida con bajo peso, golpeado por la forma en que lo sacaron, rodeado de aros, marcas en el cuello, el cordón umbilical y con muchos cuadros que atender. Su llegada requirió estudios, una vida en hospitales, incubadora y lo más duro, mis brazos tocaron a mi hijo por primera vez, después de mucho tiempo de nacido. Al principio nadie me daba noticias de mi él, no lo conocí de forma inmediata. El corazón de madre me indicaba, que algo pasaba.

Con inmadurez cardiaca, tercer grado de reflujo, alérgico a la leche y al azúcar y yo, mamá primeriza y sin experiencia alguna. Estaba devastada, pero inmensamente feliz, a la vez, por ser madre y decidida a luchar. A los ocho meses, después de tocar muchas puertas, encontré un pediatra particular, el Doctor Mario Soto Ramos. Poco después, mi hijo fue diagnosticado con una enfermedad rara, de cuidado. Mi hijo carecía de glóbulos blancos y no producía defensas. Se mantenía internado en hospitales.

Fueron muchos años de pruebas, ya que mi divorcio llegó al año de vida de mi hijo. Había que enfrentar una separación y además luchar por la salud, la vida. Yo describo esta parte de mi vida como, la más triste, en la que más he llorado. La soledad fue dura. Pero mi amor por mi pequeño era y es inmenso y el Señor estuvo con nosotros... En una de las primeras visitas que hicimos con hematólogos en la Ciudad de México, visitamos la Basílica de la Virgen de Guadalupe, ese fue el encuentro más doloroso entre Dios y yo. De rodillas, con lágrimas del alma, invité al Señor a escucharme y le dije que ese pequeño hijo suyo, que me había prestado, sufría tanto, que se lo llevara si él lo necesitaba. Estaba convencida de que él no merecía ese dolor. Supe que este camino sería muy difícil pero con la presencia de Dios y mi trabajo saldríamos adelante. Días más tarde, el médico nos dijo que Sebastian podía ser atendido mes con mes con un medicamento. Habría que internarlo y darle un tratamiento que traería reacciones. Así fue por dos años. Yo tuve que aprender a entender el dolor, mi desesperación y los términos médicos. Defendí el valor de la vida y fui una leona de amor y finalmente, a los cinco años de edad, mi hijo pudo, poco a poco, hacer su vida normal. Empezó a disfrutar de su libertad, lejos de medicamentos y enfermedades. Con amor y orgullo, mi corazón recibió el milagro de su vida fuertemente. Todos estos obstáculos, así como la muerte de mi madre a causa de la diabetes y la de mi hermano por hemodiálisis han sido la noche y el sol de mi vida; la belleza y el dolor unidos. Sus legados siguen presentes y, tanto ellos como mi hijo, despertaron en mí la misericordia a la que Dios nos llama: la ayuda a quien lo necesita y la atención al enfermo.

Dios me ha ofrecido un sin fin de oportunidades, proyectos e instantes de dolor, pero sobre todo, me ha enseñado a abandonarme, escucharlo, leerle y permitirle a él ser mi Mejor Amigo.

¡Gracias Marcela por compartir con nosotros tu testimonio de esperanza y fe!

Marcela Roríguez es Mamá, Licenciada en Educación Preescolar, escritora, pintora y Cuenta Cuentos certificada. Muy pronto compartirá con nosotros cómo inició con el proyecto "Círculo de Lectura Cuenta Cuentos del Corazón", organización para apoyar a niños que enfrentan el cáncer.

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