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Una Cuaresma con San Francisco de Asís


San Francisco era fan de las cuaresmas, ¡hasta dicen que hacía tres cuaresmas al año! Pero eran otros tiempos. Sabemos que San Francisco fue un hombre muy radical, muy idealista, muy santo. Tal vez no podamos ser exactamente como él o hacer exactamente lo que hacía él, pero sí podemos mirar su ejemplo y entresacar algunos episodios de su vida que nos pueden ayudar para nuestro crecimiento en el amor en esta Cuaresma.

1. Abrazar al leproso.

Cuentan los biógrafos de San Francisco que un episodio muy importante en su proceso de conversión, fue el día en que se encontró por el camino a un leproso. Francisco les tenía pavor, porque tenían una enfermedad que hacía que la piel se les pudriera y se les fuera cayendo a pedazos. Tenían un aspecto horrible, un olor desagradable y, ¡había peligro de contagio! Los leprosos, por esa razón, solían vivir fuera de las ciudades y pueblos, ¡nadie los quería cerca! Cuando Francisco se encontró de frente con un leproso por el camino, primero pensó en salir corriendo despavorido, pero, luego, recapacitando, se volvió hacia el leproso, se acercó a él, lo abrazó y lo besó. Y, en sus propias palabras, lo que parecía amargo y duro, se convirtió en dulzura de alma y cuerpo.

En esta Cuaresma, ¿quién es la persona que necesita de tu amor y de tu comprensión? ¿Quién es la persona con la que tienes un resentimiento que te hace preferir correr despavorido(a) antes que acercarte a ella? ¿O quién es la persona que sabes que está pasando un mal momento y la tienes muy olvidada?

2. Ser “todo oración”.

Dicen que un hombre, que había sido amigo de San Francisco antes de que lo dejara todo, tenía mucha curiosidad por el cambio en la vida de Francisco. Un día quiso hospedarlo en su casa y pensó en espiarlo durante la noche para ver si era cierto que rezaba mucho. Así lo hizo, y quedó muy sorprendido, porque vio que Francisco estuvo despierto toda la noche repitiendo, una y otra vez: “Mi Dios y mi Todo... Mi Dios y mi Todo...”. El rostro de Francisco parecía resplandecer, con una paz que no se puede encontrar en este mundo. A la mañana siguiente, aquel hombre pidió a Francisco que lo aceptara como compañero.

Dicen que más que un hombre que oraba, San Francisco era como un hombre convertido todo él en oración. Esta Cuaresma es un buen momento para ver cómo está mi oración... ¿Hablo con Dios? ¿Le hablo como a una persona o sólo repito las oraciones que me han enseñado y cumplo mi deber de rezar? La oración se hace mucho más profunda cuando entiendo que estoy hablando con alguien y no sólo siguiendo una tradición. Orar todos los días, aunque sea un momentito, es un paso muy valioso en nuestra vida de fe.

3. Ayunar con sentido.

En los primeros tiempos después de su conversión, San Francisco era muy riguroso con los ayunos, tanto para él mismo como para todos los hermanos que se le unieron. Hubo una vez en que, a media noche, mientras Francisco y otros hermanos dormían, uno de los hermanos empezó a gritar: “¡Me muero! ¡Me muero de hambre! ¡No aguanto más!”. San Francisco, en ese momento, hizo levantarse a todos los hermanos, sacaron lo que tenían guardado de comida, e hizo que todos se pusieran a comer. Él pensaba: “No haré al hermano comer solo, porque se sentirá mal, comeremos todos juntos”. Desde entonces, Francisco enseñó a sus hermanos a no hacer penitencias exageradas o que sobrepasaran sus fuerzas. Así, en lo sucesivo, el hermano que podía ayunar, ayunaba, y el que no, comía.

Sabemos que en esta Cuaresma, se nos piden algunos días de ayuno, algunos días de abstinencia. ¿Para qué? Para fortalecer nuestra voluntad, motivar a la oración o solidarizarnos con las personas que no tienen lo que nosotros. Un buen propósito para esta Cuaresma, es recordar el sentido del ayuno y del sacrificio. El ayuno que agrada a Dios no es el de quien se cree bueno porque aguanta mucho sin comer, sino el de quien parte de allí para ir al encuentro de Dios y de los hermanos.

Y, pues, resulta que nada nuevo se ha dicho... La Cuaresma sigue siendo un tiempo de revisar nuestro proceso de conversión, de encaminarnos a amar más y mejor. Una Cuaresma bien vivida es aquella en la que, al final, estoy más cerca de Dios y más cerca de las personas que me rodean. Si termina la Cuaresma y ayuné como loco, pero no me he acercado a nadie, sólo me pareceré a San Francisco en lo flaco, pero no habré aprovechado este tiempo especial de gracia.

¡Vamos a continuar este camino cuaresmal con ánimo!

¡Que el Señor les bendiga y les conceda su paz!

Fray Pepe Villarreal nació en Monterrey y desde hace 9 años es franciscano capuchino. "Mi consagración a Dios, el trato con los hermanos, con las personas, el estudio, todo enriquece mi vida de una manera que no hubiera podido imaginar".

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