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Atrévete a VIVIR (con mayúsculas) la Celebración Eucarística


Los católicos tenemos el privilegio de presenciar un milagro latente todos los días y podríamos decir a cada hora, en alguna parte del mundo. La Santa Misa es la reunión del pueblo de Dios y es el medio de santificación más perfecto; en él conocemos a Dios y nos unimos a Jesucristo y a toda la Iglesia en su labor santificadora.

Uno de los problemas a los que tristemente se enfrenta la Iglesia Católica hoy es la apatía de algunos de los fieles durante la Santa Misa. ¿No crees que si de verdad estuviéramos conscientes del milagro que ocurre ante nuestros ojos, las Iglesias estarían abarrotadas? Estamos ante la presencia de un Dios vivo, un Dios que se hace presente y, a través de la Misa, Él nos habla y su pueblo le responde. (¿Sabías que si participas todos los domingos en Misa durante 3 años, habrás leído los pasajes más importantes de la Sagrada Escritura?).

A la Misa nada le sobra o le falta. No debería ser una rutina en la que yo sólo estoy de espectador: me paro, me siento, me hinco y palomeo mi asistencia de "buen católico", pues ya cumplí con mi obligación. Me ha tocado escuchar por ahí: “Si llego tarde a Misa, me vale”. (Me vale es un término coloquial que se escucha en Monterrey, en este caso se refiere a que “como quiera me cuenta la asistencia”). Y en ese juego de palabras el sacerdote de mi comunidad siempre les responde a quienes lo dicen: "Efectivamente, sí, ¡sí te vale!", pero porque no le dan importancia. Y es cierto... porque llegar a tiempo y disponernos a disfrutar de la Misa con el corazón palpitante es darle Honor y Gloria al Dios misericordioso que quiere estar cerca de nosotros.

Reconozco que anteriormente yo no conocía el valor de la Santa Misa y mi vida cristiana tomó un giro desde que empecé a buscar información y a tomar cursos para conocer el significado de la Celebración. Desde que entramos al Templo, ya estamos adentrándonos a la presencia de lo místico. Cada elemento que existe tiene un significado, por ejemplo: al pisar el Templo subimos unos escalones que delimitan ya el espacio sagrado; el Altar es la mesa del Banquete, un lugar sagrado en donde Dios se parte y se comparte, donde ocurre el milagro más grande: la transubstanciación (Nuestro Señor se hace presente por la conversión del pan y el vino en su Cuerpo y Sangre).

Algo que a mí me ha hecho reflexionar sobre este tema y que me sacudió cuando lo leí, es una anécdota que comparte Kimberly Hahn en su libro "Roma Dulce Hogar". Citaré el texto: “Cuando íbamos a Misa, observaba que la gente se quedaba con sus abrigos puestos, dando la impresión de estar listos para salir en estampida en cuanto recibieran la Hostia (¡Yo nunca asistiría a una cena dejándome el abrigo puesto!)". Para una evangélica protestante, acostumbrada a la fraternidad y amistosa conversación después del culto, resultaba un trastorno descubrir que la mayoría de las personas católicas no tenían la menor intención de permanecer hasta el final de la Misa.

Continúa Hahn: "Veía gente que se acercaba a recibir la Comunión y salía inmediatamente por la puerta (supongo que para ser los primeros en sacar sus coches del aparcamiento). ¿Cómo es posible que a alguien le inviten a cenar, y ni siquiera dé las gracias a quien le invitó y le dio de comer? Y, sin embargo, ¡supuestamente, esta gente estaba recibiendo al Señor del Universo, al Dios-Hombre que murió para salvarlos! ¡Y no tenían tiempo para darle gracias por este don tan increíble! Scott (su esposo) le llamaba a esto la salida de Judas: recibir y largarse”.

Fuertes y contundentes palabras, pero es cierto. Es la actitud de muchos fieles que se presentan a la Misa sin valorar el acontecimiento, quizá por ignorancia. Dice la Palabra de Dios en el libro de Oseas: “Mi pueblo perece por falta de conocimiento”, yo le añadiría también por la apatía a profundizar en su fe y formarse. Invertimos tiempo y dinero en tantas cosas... sin apreciar que lo más grande que podemos tener en nuestra vida esta justo delante de nosotros, en el Altar.

Te invito, mi Querida Hermana, a que conozcamos e invitemos a nuestra familia y amigos a vivir la Santa Misa de otra manera, meditando cada una de las partes que la componen, desde la procesión inicial. Reverenciemos al Señor y reconozcamos su grandeza con un signo físico, que nuestro cuerpo manifieste lo que el corazón siente.

En un curso nos dijo el diácono de nuestra Parroquia: "Extiende las palmas de tus manos e inclina tu cabeza para escuchar la proclamación de la Palabra y verás cómo verdaderamente ¡Dios habla!". Sí, responde al Señor en el Salmo, alábalo, dale gloria, recibe su cuerpo que es pan vivo y verás lo que Dios manifiesta en ti: la Celebración Eucarística no será la misma.

-->Existen muchos recursos con los que podemos formarnos y conocer a detalle lo que sucede en la Misa. Hoy te recomiendo:

*Los videos de la Misa Explicada del Padre Ernesto María Caro, en donde paso a paso va dando a conocer cada uno de sus elementos (Liturgia, vasos sagrados, vestiduras).

Jaquie Jasso vive en Monterrey, N.L., es comunicadora, mujer emprendedora católica, feliz de compartir la buena Nueva del Evangelio. Actualmente coordina el Movimiento-Taller "La Plenitud de Vivir en Castidad".

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